domingo, 29 de marzo de 2009

ODILA PERI
Estudios terciarios en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
Diplóme Supérieur de Langue el Culture
Française (Alliance Française).Traductorado de francés
(Facultad de Ciencias Económicas).
Se incorporó al Taller Literario de Raquel de León en 1995.





“EL ALACRAN”
Primer Premio de la Sociedad
Argentina de Escritores, Bahía Blanca,
Rca. Argentina, 1997



Habían anunciado un verano abrasador, pero ni los más viejos, abanicándose sin pausa, recordaban un agobio tal. En el pequeño balneario la naturaleza sufre, encogida y resquebrajada, la pérdida de sus savias vitales.

La hora de la siesta marca el punto máximo del bochorno. En casa del abuelo Juan rige el toque de queda hasta las cinco de la tarde. Hoy, sin embargo, Damián no se siente aburrido como de costumbre. Han capturado un alacrán que infructuosamente intenta trepar por las paredes del frasco en que lo confinaron. Mucho tuvo que pedir y argumentar Damián para que el abuelo le permitiera conservar al prisionero. «Tendría una buena nota en Ciencias: el profesor les había encomendado recolectar hojas y animalitos para estudio durante las vacaciones».

El abuelo le advirtió sobre los peligros de la picadura del alacrán. También le contó como se autoelimina volviendo el mortal aguijón contra sí, al verse cercado por el fuego.

El dedo de Damián recorre lentamente las paredes del frasco, desafiando a la presa, mientras su mente se siente cada vez más proclive a experimentar con ella. En un impulso toma el frasco, se desliza por el corredor, escucha la respiración acompasada de los abuelos y sigilosamente escapa por una ventana.

Lo reverberación de luz y calor agrede sus sentidos dejándole ciego un momento. Cuando reacciona se escurre rápidamente por las calles solitarias y polvorientas.
Llegado al bosque cercano se interna hasta un pequeño claro prematuramente cubierto por una gruesa capa de hojas muertas. Con las manos despeja un círculo amontonando las hojas alrededor. Extrae una caja de fósforos celosamente escondida en el bolsillo y con la solemnidad propia de un ritual pone fuego al anfiteatro donde se desarrollará el drama. Toma el frasco donde el gladiador blande la mortífera cola y lo contempla un largo minuto. Quita la tapa e intenta hacerlo caer en la arena pero el animal se resiste manteniéndose adherido contra el fondo de vidrio. Damián toma entonces una varita seca y trata de desprender a la criatura aterrorizada ante la presencia de las llamas.

Todo ocurre tan rápido que casi no lo ve saltar sobre su mano pero siente un dolor punzante que la atraviesa como un dardo electrizado.

El terror lo clava al suelo. Si la picadura es mortal para los animales que atacan al alacrán ¿qué pasará con él?. La respiración se hace difícil, un anillo de hierro aprieta su garganta.

- ¡Abuelo! - grita, y su voz es un murmullo inaudible. Intenta correr pero no gobierna sus piernas, a los pocos metros tropieza con una raíz y cae sobre la hojarasca. Incapaz de incorporarse se arrastra penosamente sobre el suelo. Piensa en los padres, ajenos a su angustia, allá en la ciudad, en su casa. ¡Cómo quisiera estar allí!
El dolor se agudiza debajo de los brazos, en la garganta.

Si el abuelo se diera cuenta de que él no esté saldría a buscarlo. Pero seguramente iría hacia la playa.

-¡Aquí, abuelo! - grita sin voz.

Cada vez más cansado, oye un ruido a sus espaldas. Esperanzado, vuelve la cabeza. Con ojos desmesurados de miedo, ve las llamas danzar, reptando hacia él, crepitantes, malignas, implacables.

No lejos de allí, en seguro refugio bajo tierra un inofensivo alacrán cebollero se encuentra a salvo del infierno exterior.




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