sábado, 28 de marzo de 2009

LA ABUELA

GRISELDA DEL RIO

Docente de francés e inglés y Técnicas de Estudios en Enseñanza Media y Superior.
Complet6 su formaciòn en la Alianza Francesa, Instituto Anglo-Uruguayo e Instituto de Profesores Artigas. Becada en 1 988 (La Rochel en Francia). Ha colaborado como intérprete y traductora en la realización de trabajos cientificos y de divulgación. Integra el Taller literario de Raque de León desde 1995.








“ABUELA”
Mención de Honor en el
XVIII Concurso AEDI Alberto Manini Rìos”,
1995.





Obra Plàstica de
Alejandro Cabeza


Mi abuela María era una inmigrante libanesa, que a principios de siglo encontró en Uruguay su patria y su destino.
El cabello siempre recogido en moño dejaba a la vista la frente ancha, cejas muy espesas y dimnutas arrugas.
No recuerdo su voz; sé que no reía mucho y hablaba menos, quizàs fuera un hábito en ella o acaso actuaba así conmigo por ser yo tan pequeña.

Su reino, su dominio, era la cocina donde protegida por enormes delantales procuraba satisfacer los gustos disìmiles de siete hijos y cuatro nietos. Los solteros y también los casados encontraban en su casa bizcochos dulces, el té (siempre tomaban té) que paladeaban después del almuerzo o al atardecer antes de regresar al hogar.
La casa olía a menta. tomillo y pimentón; yo Ilegaba de la escuela a descubrir bajo el inmaculado repasador pasteles de hojaldre, bollitos, roscas o buñuelos de banana.
Pero había un dìa, un dìa muy especial, en que no era el olfato el que denunciaba lo que allí se cocinaba. No. Era el golpeteo, ritmico y estimulante de un mazo en el mortero. Ese, era el día del "Kebbe"
La abuela se sentaba en un banco; entre sus piernas se alzaba orgulloso el gran mortero de mármol que despertó siempre curiosidad pues nadie sabe cómo llegó hasta allí.
No bien trasponía la puerta volaban túnica, moña y cartera y yo corría apurada a buscar un asiento que ponía junta a ella.
- ¿ Se lavó las manos ?
- ¡ Sí abuela.

Y yo esperaba. La carne se hacía puré bajo el peso del mazo enorme y a mi, agua la boca. De vez en cuando y con permiso previo, metía mis dedos dentro y con gran placer saboreaba el delicioso manjar.
Terminada la tarea me servía uno parte que ergullía como ùnica y especíal comensal en la cabecera de la mesa.
Una vez, miràndola trabajar me animé y pregunté:
- ¿Cómo llegaste hasta aquí desde tan lejos?
Levantò los ojos que se perdieron vaya a saber en qué vericuetos del alma y por primera vez rompió su recatado silencio que tanto me intrigaba.
- Es largo de contar quizás ni lo entiendas. Este mundo no es como aquél. ¡Por suerte!. Escapè de mi casa; abandoné familia, amigos, ciudad, país. Todo.
Desde pequeña, exactamente a los ocho años mi padre me eligió esposo: arregló mi matrimonio, mi dote . . mi futuro. No me preocupé, era una nña y sólo importaba jugar, ir al campo en el verano, asar castañas.... Cuando cumplì doce años papá me llamó aparte para comunicarme que esa noche se formalizaria el compromiso. Vendrian los podres de mi futuro esposo.
A a hora convenida nos sentamos a a mesa y compartí la cena con quienes serían mis futuros suegros, otro matrimonio como el de mis podres también concertado de antemano. Los acompañaba mi prometido un chiquillo esmirriado de ojos muy negros que miraba temeroso sin comprender mucho de qué se trataba todo aquello.
Después de cenar nos dejaron salir a la terraza, mientras los hombres fumaban y los mujeres hablaban de sus cosas.
El aire fresco de anochecer daba tregua después de un dia de sol abrasador. La bruma nocturna esfuminaba contornos de casas, de lejanas mezquitas, de arminares.

- ¿Cuántas estrellas habrá-preguntó Alì admirando el cielo màgico.
- No sé. ¿ te parece que se puedan contar?

- Mi padre dice que están muy lejos y son grandes como soles.

Nos volvimos a ver tres años más tarde cuando e! noviazgo se hizo oficial. Alì venía un rato, nos sentábamos uno cerca del otro con toda la familia presente. Nunca supe qué pensaba y jamás hablamos a solas.

- ¡ Qué increíble Abue ¿ Cómo puede ocurrir algo asì ? Yo no lo soportaría.
- Son viejas tradiciones y costumbres. Nací en un lugar donde la autoridad paterna no se discute: la mujer s6lo obedece y acata. Es por eso que decidí huir y dediqué todo mi tiempo, toda mi inteligencia a pensar, pensar.. Reuní el dinero que pude y compré un pasaje a cualquier parte.
Del cuarto de mi madre saqué una valija que lené con lo más necesario y esperé. Esperé con miedo. angustia, impaciencia. El día llegó abracé muy fuerte a mi ùnica confidente, mi hermana Fàtima, y sin decir nada porque un nudo me cerraba a garganta, me marché.
Subió sin mirar atràs. No había nada que mirar Se mezcló en aquel mar humano que ìba y venía procurando pasar desapercibida. Pero, ¿quién iba a notar su presencia en ese desborde de inquietud llanto, congaja y sabor a adiós para siempre. Apretó la valija contra el pecho y observó lo que pasaba a su alrededor. Hombres y mujeres se apretujaban en la barandilla de cubierta despidiendo a quienes quedaban. Despedida dolorosa de esa tierra que se habìa vuelto inhóspita, insegura, con olor a muerte, hambre y sufrimiento.
La sirena aulló, todo el mundo se apresuró a saludar por última vez. María se recostó donde pudo y empezó a llorar.

La abuela falleciò siendo yo todavía niña. Se fue en silencio, tal como viviá. Repito que no recuerdo su voz. Sólo su historia, los enormes delantales y aquellas manos ajadas embadurnadas de amor.